El You’ll never walk alone suena desde el inicio. En los saludos protocolarios entre ambos equipos, Torres muestra nervios en su cara. El partido comienza.
Ambos conjuntos se conocen y se respetan. Mucho centrocampismo.
Gerrard es el jefe del Liverpool… corre, pelea, recupera y juega. Cada acción del capitán, sea un disparo, sea un despeje, es coreada por al grada de Anfield. Él es el Liverpool, por eso ha apadrinado desde el principio al Niño, porque sabe de sobra lo que es sentir como propio el escudo de la camiseta.
Suyo fue el pase a Torres que lo dejó solo para que hiciera una jugada marca de la casa, dejando con un palmo de narices a ese proyecto de central israelí que tiene el Chelsea (¿no habrán encontrado nada mejor en el mercado?) llamado Ben Aima. Torres que controla, encara, cambia el ritmo y cruza de manera magistral ante la salida de Cech. Primer partido en Anfield, primer gol.
Antes de eso, dominio del Liverpool sin ocasiones, con Riise muy activo por banda izquierda. Xabi Alonso, fallón durante todo el partido, perdió un par de balones que pudieron ser peligrosos si no llega a aparecer por ahí Gerrard, omnipresente, llegando al área rival e impidiendo remates en área propia. Sólo le faltaba sacar los córners y rematarlos él mismo.
Tras el gol, el balón pasa a ser del Chelsea, teniendo un par de ocasiones a balón parado, sobre todo una muy clara de Terry que, apareciendo por detrás de la defensa, no acierta a rematar, en área chica, solo ante Reyna.
El Liverpool, encerrado atrás, esperando a la contra, tuvo un par de ocasiones, una de Riise tras pase de Torres desde banda derecha, que remató de cabeza, flojo y centrado, y otra más clara, una buena contra por la derecha llevada por Pennant que, al dar el pase de la muerte a un Torres que se había desmarcado perfectamente, falló en la entrega y el madrileño no pudo rematar. Pese a todo, primera parte aburrida, mucho miedo y pocas ocasiones.
Salió en la segunda mitad más al ataque el Chelsea, al menos en los primeros compases, donde dispuso de un par de remates que se marcharon desviados, aunque uno de ellos, un cabezazo de Pizarro (que había sustituido a un desaparecido Kalou) a pase de Wright-Phillips desde banda derecha, tras una maravillosa apertura de Mikel, el mejor del club londinense de lejos, lamió el poste de la portería de Pepe Reyna.
El Liverpool a lo suyo, esperando atrás y saliendo a la contra con bastante criterio, aprovechando la velocidad tanto de Kuyt como de Torres y las constantes internadas de Riise por la izquierda, y de Pennant, muy destacado, por la derecha.
Y, sin embargo, cuando el 2-0 parecía más cercano, el árbitro se inventó un penalti a favor del Chelsea. Balón de Wright-Phillips raso al área, Malouda que la deja pasar, Carragher contacta con él de forma insuficiente para señalar la pena máxima y, ante el asombro de todos, el colegiado indica los 11 metros. Lampard se encarga de aprovechar el regalo, estableciendo el definitvo 1-1 en el marcador.
Quedaba media hora de juego y Benítez, al que jamás defenderé por su concepto rácano del fútbol (estaba encantado con el 1-0), movió ficha, dando entrada a Babel por Pennant, intentando ganar más llegada a cambio de perder profundidad por banda.
Arreones de los Reds, más producto de la fe que del buen juego, ayudados por un Chelsea que se echó para atrás pero, finalmente, las pocas ocasiones claras de que dispusieron, fueron solventadas por Cech.
Al final, tablas en el marcador, que no reflejaron la superioridad del Liverpool en el terreno de juego, superioridad entendida como querer ganar, algo a lo que el Chelsea jamás aspiró.